Solo cuando te ofrezco todo lo que soy, solo cuando acoges cada uno de mis hechos y cuando confías y te apoyas en mí, solo entonces es verdad. Si no fuera así, nos desviaríamos por el camino, nos derrumbaríamos, desapareceríamos. Sin ti, mi verdad no puede crecer, ni descubrir, ni volar. Contigo no hay tensión, ni secretos, ni miedo. Nos encontramos con otras verdades que entre ellas se alimentan. Se mueven enseñándome verdades como un templo, que por separado nunca llegarían a ser una verdad tan grande. Simplemente estando, conviviendo, aceptando; simplemente sintiendo, siendo humildes con lo que son, sin adornos ni falsas mentiras; simplemente así las verdades son verdad.
Y el templo se disuelve, se humaniza. Si fuera estático no podría ir en busca de otras verdades perdidas. Juntas se crea un diálogo que no busca ser escuchado: solo habla para aquel que quiere prestarle atención. Porque la verdad nunca está en el primer plano. Siempre está. Pero no le gusta ocupar el centro de atención. Prefiere vivir escondida en el susurro que ocupa cada uno de los gestos.
Ante
mí, la verdad se crea
cansada
ya de estar sola,
crece, da
un paso y respira;
va
tomando una forma.
Suave,
descubre su fuerza:
poco a
poco se apoya,
se abre,
recibe y confía,
descubre
historias nuevas.
Se
encuentran certezas
que
encajan y se incorporan
como un
templo de vida
que a
la verdad adora.
Se
mueve con esa belleza
que en
el fondo te interroga.
De
repente, se para y me mira,
en el
silencio, con paciencia.
Entre
susurros algo cuenta
mientras
decide que ya es hora
de ir a
buscar perdidas
verdades
que solas se encuentran.