jueves, 19 de marzo de 2015

El ramo de Marcos

Decorado con sus pecas, Marcos era un niño muy orgulloso, con buena predisposición al enfado, pero de muy buen corazón. Siempre con un lazo diferente en su peinado, Marta era una niña traviesa, original y un tanto sensible. Sucedió que un buen día Marta y Marcos se conocieron. Se llevaban muy bien, pero pasaba que con mucha frecuencia se peleaban. Se peleaban de forma que a los cinco minutos no recordaban la causa de la discusión, y su disputa se disolvía en un ataque de risa.
Sin embargo, un día ella decidió que estaba cansada de tanto discutir. Y él, con un corazón más grande que su propio orgullo, se dio cuenta de que estaba de acuerdo con Marta. Su amistad no podía basarse en peleas. Los dos se preguntaron durante un buen rato cómo podían hacer para recordar que el aprecio que le tenían al otro era más importante que cualquier ataque de egoísmo, pero a ninguno se le ocurrió una solución apropiada. 

Tan importante les parecía cuidar su amistad que al par de días aún no habían olvidado la conversación. Estaban sentados en el césped del parque cuando Marcos, tal vez inspirado por la creatividad de la niña, se levantó para acercarse a las plantas que se encontraban en el borde del camino. Cuando volvió, le ofreció un ramo de flores a Marta: "Ya sé, podemos intentar no enfadarnos por lo menos hasta que se marchiten estas flores. Así, cada vez que empecemos a discutir nos acordaremos de ellas y evitaremos cualquier pelea. Podemos esforzarnos por ser muy buenos amigos mientras cuidemos las flores, porque cuando las cuidemos también estaremos cuidando al otro". 
Marta, muy entusiasmada por la idea que se le había ocurrido a Marcos dividió el ramo en dos partes. Paradójicamente, los dos pensaban que esforzarse hasta que las flores marchitaran resultaría más fácil y más asumible que tener una meta tan lejana como, por ejemplo, toda su vida.

Resultó ser que cada uno cumplió con su parte y su amistad fue siempre muy fuerte y sincera. El secreto de su relación fue -como en sus últimos años recordarían con nostálgica alegría, mientras observaban unas empolvadas flores de colores-  que aquellos niños no sabían que entre sus manos tenían un ramo de siemprevivas.