domingo, 28 de febrero de 2016

Cuestión de besos

Te pedí el beso que se posaba suavemente en mi mejilla. Sincero, lleno de vida, ligero. Recibí otros muchos que no hizo falta sugerir. Todos acordes contigo, concordes con tu mundo, que se cruzaba en cada uno de esos momentos con el mío. Besos. En cuestión de tiempo se hicieron más distantes pero más certeros. Tus manos ya no me abrazaban, como el beso del puerto. Tú en el barco, yo en el muelle. Mientras el mar nos separaba contratamos al aire como mensajero, mientras nuestras manos impulsaban los besos que salían -como si fueran pompas de jabón- del aliento de nuestros fríos labios. Después del viento, nuestros aliados fueron las pantallas de dos teléfonos. Besos. Aunque no hacía falta pedirlos, ninguno como aquel primero. Después fueron perdiendo su valor... automáticos, sin acercamiento. Los besos se transformaron en gestos. Siempre estaban, camuflados o despiertos. Besos. Cuestión de tiempo... hasta tu último momento. Ahora me acarician la mejilla y los valoro como lo único verdadero que me queda de ti. Ya no volveré a ver los labios de los que salieron. Sin embargo sé que flotan en el aire los besos que me lanzaste en aquel puerto. Por eso me acerco siempre que puedo, para que me encuentren y se posen suavemente sobre la piel para la que nacieron. Y no, no tengo miedo de que se agoten... desde que me confesaste que son infinitos en el tiempo.

Resulta que ya nada es cuestión de tiempo. Simplemente, es cuestión de besos.