lunes, 24 de febrero de 2014

El grito

Un grito rompió el silencio. 
Ruidoso, aunque nadie más lo pudo escuchar.
Rasgó el espacio con miedos escondidos, explotó con dudas que hasta ahora habían pasado desapercibidas. 

Gritó de incomprensión entre tantos consejos vacíos.
Gritó de soledad entre tanta gente a su alrededor.
Gritó de desesperación sin encontrar una buena noticia que diera una luz optimista.
Gritó en silencio, respondiendo a las inquietudes que se removían por dentro. Gritó para encontrarse consigo mismo. Gritó para poder respirar, como ocurrió el día de su nacimiento.

Despertó un grito que le enseñó a escuchar otros tantos gritos silenciosos.



miércoles, 12 de febrero de 2014

Como peces en el agua

La bocanada de aire con sabor a cloro me devolvió a la realidad. Entré en el recinto, me dirigí automáticamente a las gradas y me senté a esperar. Así, con esa facilidad, me convertí en una espectadora más en el lugar donde se forjan, brazada a brazada, todos estos luchadores que después de minutos y horas de entrenamiento, se mezclan desapercibidos entre la marea de gente que inunda las tardes de la ciudad. Pero esta vez, en lugar de fijarme en la piscina central -como de costumbre-, mi atención se dirigió a la pequeña de al lado.

Lejos del gran jaleo de la grande, esta transmitía paz. La tranquilidad de los bebés flotando en brazos de sus madres resultaba contagiosa. Ninguno parecía tener siquiera un año. Estaban como peces en el agua. Felices, disfrutando de ser hijos. Ellas (porque no había ningún hombre) disfrutando tiernamente su ser madres. Los lanzaban al aire y se dejaban lanzar. Los movían y sonreían ante el contacto con el agua. Me abrumó la confianza sin ninguna clase de temor que transmitían en su suave juego.  Una confianza que con los años se va llenando de dudas, decepciones e inseguridades. Con los mismos años en los que en ocasiones se nos olvida gozar de lo que somos: hijos, hermanos, compañeros...

Esperando, esperando quise dejar de ser espectadora (y dejar de mirar tantas cosas desde lejos) para ser como uno de estos pequeños y felices protagonistas que parecían sentirse en casa entre esos brazos delicados, seguros y atentos que los llevaban. 



jueves, 6 de febrero de 2014

Más de 70

Una sola cerilla bastó para encender todos sus años de vida. Con un solo soplo inauguró un nuevo deseo... Con un solo soplo y la ayuda de todas las boquitas que rodeaban la mesa. Esta vez no hubo fiesta sorpresa, ni grandes invitados y, por supuesto, nada de chaqueta y corbata. Todo eso fue sustituido por una merienda en casa, la excusa perfecta para reunir a los que mejor lo conocían. Un plan ideal de acuerdo a lo que más le apetecía: celebrar algo tan natural desde lo sencillo y cotidiano.

Cuando la marea de gente fue disminuyendo, se acercó a él. Antes de despedirse le lanzó una pregunta: ¿qué es lo que más te ha gustado de todos estos años? (las velas de la tarta eran más de 70). La formuló esperando quizás alguna anécdota de sus numerosos viajes por los lugares más variados del mundo. Puede que aquella aventura que vivió en medio del océano. O mejor, cuando una de las empresas empezó a prosperar. O aquella vez que conoció a su cantante favorito. También se acordó de cuando aprobó la oposición que tanto le había costado. O probablemente cuando pidió la mano de su mujer.

Sin embargo, no encontró ni boda ni aprobados ni éxitos profesionales ni ninguno de sus espectaculares viajes. La única respuesta que obtuvo fue un "Tú" -rotundo, inesperado y desconcertante- pronunciado instantáneamente, con una seguridad de la que nadie podría dudar. Una sonrisa y de nuevo otra afirmación "Nuestra familia, eso es lo mejor que me ha pasado, lo que más me gusta de mi vida". Y unos ojos serenos con una medida de orgullo, dos de agradecimiento y tres de felicidad. Nada más que eso fue lo que hizo falta para dejarle pensativo durante el camino de vuelta a casa.