domingo, 2 de agosto de 2015

Madera

Me temblaban las manos
como el vaivén de la madera.
Estaba yo, sola,
y de repente estaba llena,
rodeada, desde abajo
por nuevas voces
que rompían mi crepitoso silencio.
Subí la escalera y pisé sus huellas,
me aferré a la barandilla
por la que pasaron ellos.
Escuché de nuevo,
ahora eran viejos.
Demasiadas arrugas
 juntas en un cuerpo
subí, bajé, les vi sentados
 como atendiendo
intentando aprender
a los niños, a los viejos.
Y ahora yo, sola,
ocupando mi tiempo en su espacio
mi espacio fuera de su tiempo.
Su presencia es recuerdo,
vagos fantasmas,
risas sin ecos.
Dejé de ser una extraña
bienvenida pero extraña,
para ser la de siempre,
la que quizás un día
sea otro fantasma del tiempo.
Espero que por lo menos
entonces resuene mi eco
no tanto de mi risa
sino de lo que late en mi cuerpo.