jueves, 19 de junio de 2014

Atormentado

Cuando se quiso dar cuenta estaba perdido en medio de la nada. Se encontraba solo. Apenas quedaba rastro de los cabos que habían endurecido sus manos, ni las redes que le habían permitido sobrevivir. La madera de la barca estaba astillada y hecha añicos. Tenía suerte de que los restos que quedaban aún flotaran, aunque tímidamente. Desesperado, sin rumbo, no tenía ni idea de qué debía hacer. La escasa visibilidad que le treguaba la niebla no le ayudaba a orientarse. En realidad recordaba muy vagamente qué es lo que hacía allí o hacia dónde iba, no estaba seguro ni siquiera de quién era. Se debió de dar un buen golpe durante la tormenta, eso lo explicaría todo. 

Tenía los músculos agarrotados, la piel cubierta por una gruesa capa de salitre que se tensaba con el más leve gesto, la boca seca como un desierto salado. Le dolía la cabeza y unas heridas que parecían recientes amenazaban con empezar a escocer. Casi no tenía fuerzas para mantenerse en pie ni adaptar su movimiento al de las olas que mecían la nave. Por lo menos ya no entraba agua por la borda. La furia del mar parecía haberse erosionado. Aunque en ese momento ningún pensamiento optimista podía proporcionarle la tranquilidad que tanto necesitaba. No podía hacer nada. Tal vez el motivo que le movía a emprender esa travesía le hubiera dado esperanza. Pero enseguida la angustia atrapó cada uno de sus pensamientos y cuando alcanzó la última célula de su cuerpo, se desplomó contra la cubierta.