lunes, 25 de febrero de 2013

Nuestra hoguera


Hay momentos en los que necesitamos hacer una hoguera. Estamos agobiados por la rutina de nuestra vida, cansados de que nuestros proyectos fracasen o no se cumplan nuestras expectativas, preocupados porque hay cosas que van adquiriendo de forma sutil una importancia relevante en nuestra mente y que no deberían estar en ahí; puede que hasta estemos infelices, insatisfechos, desesperados, tristes. En esos momentos debemos hacer un parón para poder seguir caminando, debemos desenredar lo que ata a nuestros pies. Es bueno coger aire, ventilarlo todo, a veces el ambiente está sobrecargado. Es bueno mojarnos, refrescarnos, renovarnos. Al fin y al cabo, es necesario coger fuerzas, volver a tomar un impulso que nos proyecte más lejos aún, reajustar metas y objetivos, valorar qué nos hace feliz. 
Antes de que todo explote o arda en llamas, debemos hacer nuestra propia hoguera. Tomar cada ámbito de nuestra vida y quemarlo hasta quedarnos con lo básico, su estructura. Hay veces en las que nos llenamos de cosas, de impresiones, de obsesiones, de falsas expectativas que intentan llenarnos y lo único que consiguen realmente es vaciarnos cada vez más. Olvidémonos de todo eso, y, cuando las llamas se apaguen y estemos listos para dar nuevos pasos, veremos qué renace de las cenizas. Lo normal es que una vez que nos desprendemos de todo, lo que se renueva en nosotros son nuestros propios pilares, aquello que, desde nuestro punto de vista, nos da las alas de la libertad, aquello que representa el fundamento de nuestra vida y nos da fuerzas para vivirla.




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