martes, 1 de septiembre de 2015

La pasajera que decidió viajar sin prisas

Gente, mucha gente. Demasiados destinos diferentes. Distinto equipaje.
Una mañana de sueño, quizás con muchos sueños. Caminos señalados, transitados con demasiada prisa. Telarañas humanas que intentan retener, atraer, entretener... y vender. Con escaparates y alarmas. 
Un posible desayuno cada vez más caro, amparado por un enchufe que daba vida al portador de las llaves de la nueva puerta por la que hay que adentrarse: la vuelta al hogar (el otro hogar).
Un cielo aún perezoso con nubes por pecas y amanecer sonrojado, ventana de los que apuran el último suspiro del café. Hay a quien le encanta este sitio, observar gente y ponerse a divagar sobre las vidas de los efímeros cuerpos que se cruzan por delante hasta desaparecer en un infinito cercano. 

Fue entonces cuando la vi. 
Supe que era ella, aunque ni siquiera levantó la mirada. La recuerdo perfectamente. Sentada, leyendo tranquilamente. Coronada por unos abundantes rizos rubios, tez blanca, rostro agradable. Nacionalidad, desconocida. Mundialidad, evidente: terrestre. 
Lo supe. No sé porqué. Era ella, lo supe al vuelo. 

La persona del título... una de las pocas (¿sería la única?) en ese día de aeropuerto.



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