Una rosa sobre la mesa. Cerca de ella hay un
calendario desesperado por pasar página. Un misterio en Italia, la vida de un
niño en Barcelona, el retrato de la
ternura, los bolsillos de un abrigo que transportan la esperanza, el puzle de
la historia de aquella familia, travesías a bordo de un velero y muchas
historias más laten tranquilas, reposando sobre la estantería a la espera de que
de sus personajes puedan volver a tener vida. Por todas partes flotan
recuerdos: algunos atrapados o encarnados en diferentes objetos, otros
capturados en un par de fotografías; aunque la mayoría aún permanecen
suspendidos en el aire. Hay música -¿por qué no?-, eterna compañera. Con un
poco de imaginación a lo mejor aciertas lo que está sonando en este momento. A
su ritmo navega el guardián de los sueños, puede que no sepa el rumbo y
simplemente se fíe del capitán (o capitana); también puede que se dirija a
donde yo, o mi subconsciente, le diga. Aunque ahora que lo vuelvo a mirar
parece que va hacia el sol, dejando atrás la segura orilla y meciéndose hacia
el horizonte. Un poco más lejos, se esparce el conocimiento aferrado a la azul
caligrafía de estudiante. Indudable prueba de que el saber sí ocupa lugar. Unas
gotas de lluvia golpean ligeramente el cristal, como queriendo llamar la
atención. Fuera, un reciente “TE QUIERO” blanco tatuado sobre el asfalto que
podría ser el pistoletazo de salida de una historia distinta a esta. Y, sin
embargo, lo único que ilumina la habitación es el aliento de esa rosa roja en
su lucha por abrir los pétalos, a pesar de que el tiempo le diga que ya es hora
de empezar a marchitar.
Esto es muy bueno María, no pares de escribir.
ResponderEliminarGracias Ciso. Es un placer que haya gente dispuesta a leer
ResponderEliminarHola, María. Soy Agustín Espinosa, un amigo de tu padre. Los tiempos cambian, ahora, tan rapidamente que los consejos de un hombre mayor no son útiles para los jóvenes. A pesar de ello me atrevo a decirte que pienso que no deberías dejar de escribir. Es tan enriquecedor. Nos enseña a fijarnos en las pequeñas-grandes cosas. A conocernos. A entender a los que no piensan como nosotros. A ser humildes. A serenarnos...y muchas cosas más. Un beso y saluda a la familia.
ResponderEliminarEn diciembre del pasado año, un día de lluvia, escribí esto. Espero que te haga "sentir" algo. Intento compensarte por la serenidad que me regalan tus poemas.
LLUVIA
Es otoño. Solo, como cada día, he salido a pasear. La playa está casi desierta por la lluvia. Mis pies sienten el contacto húmedo de la arena. Dentro de mi cabeza empiezan a despertar los recuerdos de la infancia. Los paseos junto al barranco, viendo el agua marrón correr hacia el mar. Las mujeres lavando la ropa, arrodilladas, en el borde de la barranquera. El ruido del agua sobre el tejado. El tiempo detenido, contemplando, hipnotizado, los hilos de agua caer, deshaciéndose, sobre el cemento del patio. Las gotas rodando por los cristales. Las gafas y el libro de mi padre sobre la mesa. Las botas de agua y los charcos. El mar, embravecido, golpeando la playa y el muelle. El cielo gris. El tiempo transcurría tan despacio, y llovía tan poco -o a mí me lo parecía- en La Gomera, que, cuando lo hacía, era una fiesta. A mis 68 años y paseando bajo la lluvia, me acuerdo de las palabras del poeta: “...voy caminando solo, cansado, pensativo, triste y viejo”. Pero, no. Sí, es cierto que voy caminando solo, pensativo y, hasta, viejo, pero no me siento cansado y menos triste. Siento, casi, la misma emoción y felicidad que a mis 12 años. Ahora, empieza a llover con fuerza. La lluvia se desliza por el chubasquero y, de mis pies, descalzos, brota el agua como desde una fuente ¡Bendita lluvia!
Intentaré guardarlo para que no se escurra hacia las impacientes manos del tiempo... y más aún si son palabras del mismísimo Tino. Muchas gracias por este precioso regalo, claro que me ha hecho sentir... Un abrazo, caminante. Y ¡bendita lluvia!
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