miércoles, 12 de febrero de 2014

Como peces en el agua

La bocanada de aire con sabor a cloro me devolvió a la realidad. Entré en el recinto, me dirigí automáticamente a las gradas y me senté a esperar. Así, con esa facilidad, me convertí en una espectadora más en el lugar donde se forjan, brazada a brazada, todos estos luchadores que después de minutos y horas de entrenamiento, se mezclan desapercibidos entre la marea de gente que inunda las tardes de la ciudad. Pero esta vez, en lugar de fijarme en la piscina central -como de costumbre-, mi atención se dirigió a la pequeña de al lado.

Lejos del gran jaleo de la grande, esta transmitía paz. La tranquilidad de los bebés flotando en brazos de sus madres resultaba contagiosa. Ninguno parecía tener siquiera un año. Estaban como peces en el agua. Felices, disfrutando de ser hijos. Ellas (porque no había ningún hombre) disfrutando tiernamente su ser madres. Los lanzaban al aire y se dejaban lanzar. Los movían y sonreían ante el contacto con el agua. Me abrumó la confianza sin ninguna clase de temor que transmitían en su suave juego.  Una confianza que con los años se va llenando de dudas, decepciones e inseguridades. Con los mismos años en los que en ocasiones se nos olvida gozar de lo que somos: hijos, hermanos, compañeros...

Esperando, esperando quise dejar de ser espectadora (y dejar de mirar tantas cosas desde lejos) para ser como uno de estos pequeños y felices protagonistas que parecían sentirse en casa entre esos brazos delicados, seguros y atentos que los llevaban. 



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