miércoles, 8 de julio de 2015

Preguntas de una tarde de verano

Hace algún tiempo, un joven tuvo una curiosa conversación con una niña -quizás no tan niña-. Mientras paseaban al ritmo del cansancio y la novedad por una ciudad cargada de historia, no sé muy bien por qué, él empezó a dibujar el sentido de las palabras. A medida que avanzaban, divertido, logró que ella le empezara hacer preguntas que -con cierto aire filosófico- él trataba de contestar. Así fue como se enfrascaron durante unos minutos en un juego de respuestas, buscando siempre sacar otra pregunta.


No recuerdo qué sucedió antes, si ella se aburrió, o si las preguntas se acabaron. 

Pero aunque el juego terminó, a él se le intuía reflexivo, hambriento de más porqués. 
De esos enraizados en la realidad. De los que despiertan algo dentro de nosotros. De los que cuando se trabajan, son capaces de removernos la conciencia. De los que te llevan a ser coherente. A ser tú mismo. Y a ayudar al otro a llevar su propia piel.

Las preguntas de una tarde de verano, despiertan mi hambre de preguntas. Tal vez, como simple espectadora, el recuerdo es un poco difuso, pero lo que me produjo escucharles empieza a despertar en esta mañana cualquiera. Tengo hambre de preguntas, tanto propias como ajenas. Que la gente se plantee. Que yo misma no sea indiferente... Por eso no te extrañes si alguna vez me ves sembrando interrogantes











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