lunes, 27 de enero de 2014

Un acto revolucionario

Sus sabias arrugas enmarcan una mirada profunda. Una de esas sinceras, que huelen lo escondido a base de sumar experiencia. Respira tranquilo, concentrado en lo que sucede por la ventana. Un niño se divierte cerca y, al verle tan entregado en su juego, recuerda. Recuerda cuando una cara alegre le sacó al instante -sin ninguna razón, como un acto reflejo- una sonrisa. Recuerda cómo sin entenderlo descubrió la felicidad, que no encontraba en ningún sitio, en ver alegre a un desconocido. Recuerda cómo desde ese día dejó de mirarse en el espejo (en tantos espejos) para verse reflejado en los ojos del otro. Desde ese día sus oídos se llenan de historias, de las que se cuentan y de las que no hace falta relatar, sus manos de manos grandes y pequeñas, de cualquier tonalidad; su cuerpo de heridas que le enseñan a vivir y a cuidar las mismas heridas en otras personas; su boca se llenó de palabras, ni muchas ni pocas, las necesarias para transmitir la paz que desde entonces le llena el corazón.
Sus labios no han parado de despertar inconscientemente nuevas sonrisas, cómplices de una historia que crece cada vez que se encuentran dos personas valientes.







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